viernes, 30 de enero de 2015

Sistemas de I+D+i... ¿y dónde está la "s" de sociedad?


Hola de nuevo a todos,

El tema que nos ha tocado analizar estas semanas sobre los sistemas de ciencia-tecnología-sociedad me ha parecido muy interesante, aunque me ha abierto una gran duda y más tras leer la entrada de la percepción social de la ciencia... ¿realmente la sociedad está englobada en ese sistema? 

Tras la lectura de los distintos textos, podemos extraer que el sistema español de I+D sería el conjunto de instrumentos legislativos y financieros y de instituciones públicas y privadas que se dedican a la producción de nuevos conocimientos y su aplicación para la creación de nuevos productos y procesos que ayuden a la mejora de la calidad de vida en general de un determinado entorno social. 

Podría entenderse que éste es un proceso lineal, en cuyo inicio está la investigación básica o fundamental que se encarga de generar unos conocimientos que, mediante la investigación aplicada, pueden dar lugar a nuevos productos o procesos que conlleven un aumento del bienestar social, bien a través de la creación de riqueza (aumento del PIB), bien a través de la mejora de la calidad de vida de las personas (obviamente tener una lavadora es mejor que tener que lavar tú a mano la ropa).

Sin embargo parece evidente que este modelo lineal está obsoleto, y ha sido sustituido por otro más complejo que debe tener en cuenta las relaciones y retroalimentaciones entre los distintos agentes del sistema y a lo largo del proceso.

Me resultó tremendamente curioso leer que los sistemas de ciencia-tecnología-sociedad no fueron desde un origen un trío, inicialmente eran una pareja: ciencia y tecnología. En estos primeros modelos no existía ningún indicador de relación con la sociedad, se articulaban en términos de inputs y outputs científicos y tecnológicos, y su impacto económico. No se considereba, aunque fuese parcialmente, el estado de bienestar de la sociedad, ni la percepción pública o el impacto social de la ciencia. ¿Cómo pudo dejarse fuera a una parte que es tan primordial en la actividad científica? Como ya venimos diciendo desde el principio del curso, ¿qué sentido tiene investigar si tus descubrimientos no van a acabar formando parte de un conocimiento global o social?. La actividad científica tiene en uno de sus pilares a la sociedad y la búsqueda de conocimientos que poner al servicio de esa sociedad. Puede que se haya ido degenerando con el paso del tiempo y ahora pese mucho más la carga económica... pero desde luego es innegable que cuando uno elige la carrera de científico desde luego no lo hace por los grandes sueldos, la gran estabilidad laboral (a menos en los inicios), o la fama individual; hay un trasfondo altruista en esa elección, una voluntad de ayudar a la sociedad a avanzar. 

Parece que poco a poco se fue incorporando ese nuevo componente, la sociedad, a los primitivos sistemas de ciencia-tecnología-economía que se habían creado. Y ahora, si evaluamos las políticas de I+D de los distintos gobiernos vemos que en todos ellos, en el apartado de objetivos hacen una referencia casi perpetua a la sociedad, hablan de "beneficio para la sociedad", "aumentar la calidad de vida", "repercusión social" y un largo etcétera en referencia al tema social. Esto se puede ver en el III Plan Tecnológico Navarro, pero por si a alguien le interesa comparar, también aparecen prácticamente con palabras idénticas, en el IV Plan Riojano de I+D+i (busqué el plan de La Rioja por ser mi comunidad y donde yo trabajo, pero imagino que todas se repetirán los mismo conceptos en cualquier comunidad).

¿Pero realmente está integrada la sociendad en este triángulo? Porque como hemos dicho antes, las relaciones entre ciencia-tecnología-sociedad no son lineales, la sociedad no es sólo un receptor de los efectos (y digo efectos porque no siempre son todo beneficios) del desarrollo científico-tecnológico; existe una retroalimentación y la sociedad debería poder influir en el tipo de investigaciones o en las aplicaciones tecnológicas que se realicen. La sociedad tiene derecho a influir en la política científico-tecnológica. Por un lado, al pagar sus impuestos y ser por tanto un "inversor" de capital científico, la sociedad tiene derecho a participar en el proceso de toma de decisiones; y por otro lado, de acuerdo a como está redactada en la constitución, a la investigación se le atribuye un papel de bien o servicio público, con lo que queda claro que la sociedad tiene derecho a decidir. 

Pero para que la gente pueda decidir, tiene que estar informada sobre lo que decide. Primero tienen que saber qué investigaciones se están llevando a cabo, poseer una cierta cultura científica para poder entender lo que leen... Y creo que es en este terreno donde el sistema se desarticula. 

Aunque la sociedad en la que vivimos está muy tecnificada y la percepción social de la ciencia ha mejorado con el paso del tiempo, de acuerdo con la IV encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología la mayoría del 31,7% de los encuestados que aseguran que la ciencia no les interesa es porque no lo entienden. El 20% de la población encuestada asegura tener una educación científica baja o muy baja. Y un gran porcentaje de encuestados considera que la prensa, la televisión y la radio dedican una atención "insuficiente" a la información científica.

Aunque las cifras podrían parecer bajas y respecto a las encuestas de otros años los porcentajes se han reducido, a mí me parece alarmante que en un país desarrollado cerca del 32% de la población afirme que la ciencia y la tecnología no le interesan... Mi mente no es capaz de imaginar cómo a una persona no puede interesarle el avance de la medicina, la creación de tratamientos para enfermedades tan duras como el cáncer o el alzheimer, el descubrimiento de tecnologías que nos ayuden a tener una vida más cómoda, más segura.... Esto solo demuestra que queda un largo camino por recorrer en este país y que existe un gran analfabetismo científico entre la población general. Porque solo puedo concebir que a alguien no el interesen estas cosas porque realmente no entienda ni comprenda su importancia ni lo que son. Y si lo desconocen es porque o no tienen el nivel de conocimientos necesarios para comprender la información que reciben o porque aunque tengas los conocimientos, la información que reciben es insuficiente o no está bien comunicada. 

Las personas no pueden opinar sobre aquello que desconocen, es imposible. Ni tampoco podrán valorar con objetividad el impacto de la ciencia en sus vidas. Si nos fijamos bien, aquellas comunidades con un mayor interés por la ciencia (Cataluña, Madrid, País Vasco, Navarra y Aragón) coinciden con las comunidades señaladas en el texto de Ángel Pestaña como aquellas con un mayor peso académico o con mayor dinamismo industrial. 

Si queremos que los sistemas de ciencia-tecnología-sociedad funcionen realmente en España y se equiparen más a los de Europa, EEUU u otros países emergentes como China o Canadá, debemos reforzar fundamentalmente la tercera parte de esta relación, la de la sociedad, fundamentalmente a dos niveles: mejorar la educación científica recibida a nivel global por la sociedad y mejorar la difusión y comunicación de la cultura científico-tecnológica entre la sociedad. Unos ciudadanos mejor informados y con mayor instrucción son un beneficio al sistema, porque no sólo serán una nueva fuente de investigadores y de recursos para el sistema, sino que además podrán valorar de forma más objetiva y real el beneficio extraído de los programas de I+D realizados por los distintos gobiernos. 

Un saludo,

Sonia M.H.

sábado, 17 de enero de 2015

El fraude científico: we're on the highway to hell


Hola de nuevo a todos,

Antes de comenzar con la tarea propuesta para esta semana, quiero recalcar que la sesión de ayer me pareció muy interesante y que la charla de Fernando Checa simplemente maravillosa. 

Y ahora ya volviendo al tema que nos ocupa esta semana... Debo reconocer que no sé si me he sentido impactada, asustada o avergonzada (o puede que una mezcla de todas) al ver los datos referentes al fraude científico. Si pones "fraude científico" en Google aparecen 189.000 resultados, y si lo pones en inglés la cifra aumenta a 13.500.000... Y las cifras no mejoran al consultar el material del libro de texto: según un artículo de PNAS el fraude científico se ha multiplicado por 10 en los últimos 40 años; en una encuesta realizada a profesionales de la bioestadística, el 31% reconoció haber colaborado con un proyecto fraudulento a lo largo de su carrera y un 13% afirmó haber recibido propuestas directas para cometer fraude; uno de cada tres científicos admite usar prácticas de laboratorio cuestionables, y uno de cada 50 admite falsificar los datos; el 81% afirma que modificaría o se inventaría resultados para conseguir financiación o publicar un paper... 

A la vista de todo esto no puedo más que preguntarme, ¿al ponernos la bata de laboratorio hemos condenado nuestras almas?

En el texto de J. Benach y J.A. Tapia hay un párrafo que me ha resultado especialmente llamativo: para la sociedad, la profesión de científico va acompañada de un prestigio y de una mitología referente al trabajo que realizamos y las repercusiones que éste puede tener en la sociedad. La gente de a pie ve al científico como un individuo cualitativamente distinto del resto de la población, caracterizado por su inteligencia, rigor y objetividad (¡¡¿?!!); y entiende la investigación científica como una actividad generadora de conocimiento social sobre temas originales e importantes cuya finalidad primordial sería su utilidad social. 

Puede que exista un misticismo en torno a la idea platónica de lo que es un científico, pero a la vista de los datos sobre el fraude científico queda patente que estamos muuuuy lejos de esa idea. Es cierto que ser científico es una actitud vital que nos lleva a ser más curiosos (no necesariamente más inteligentes), a tratar de descubrir la verdad, el porqué de las cosas que nos rodean. Y esto, en mi opinión, es cierto al menos en las primeras etapas de la carrera científica. Después, con el tiempo se empieza a sufrir una deformación profesional que nos lleva a una contradicción tan fuerte como engañar sobre nuestros descubrimientos científicos cuando nuestro propósito inicial era buscar la verdad. A medida que nos vamos metiendo en la vorágine del mundo científico nos vemos arrastrados por los conflictos de intereses, los prejuicios, las presiones, las ambiciones personales... La ciencia se está convirtiendo en una carrera a contrarreloj donde el objetivo primordial parece ser obtener prestigio e ir ascendiendo, cosas que dependen tristemente del número de publicaciones que tengas, no necesariamente de la calidad de las mismas. De acuerdo con las palabras del Dr. Richard Roberts, al menos la mitad de los artículos publicados son inútiles o poco fiables, aunque aparentemente en ellos no se hubiese cometido ningún fraude. 

Y así es como acabamos tergiversando nuestras publicaciones científicas o incluso cometiendo fraude científico. Es cierto que en la sociedad en la que vivimos el tema del fraude está a la alza, pero parece especialmente triste que aquellos que hemos elegido esta profesión (cuya base teórica es mayoritariamente altruista), y en los que la sociedad ha depositado tantas esperanzas, engañemos a todas esas personas. Porque seamos sinceros, un científico que comete un fraude no solo engaña a los otros científicos, engaña a toda la sociedad y depende del su campo de investigación puede jugar con los sentimientos y esperanzas de miles de personas. 

Podría pensarse que en realidad la culpa de que esas publicaciones fraudulentas lleguen a ver la luz la tienen las revistas, puesto que se supone que deberían tener unos mecanismos de control que permitiesen la selección de trabajos que cumplan los requisitos adecuados de calidad e interés. Pero los revisores y editores también son humanos, y el sistema de revisión de las revistas científicas tiene importantes limitaciones. Además, no ayuda nada que un artículo que ha sido rechazado en una revista de mayor nivel acabe tarde o temprano publicado en otra de nivel inferior, con tal de que los autores insistan en enviarlos a sucesivas revistas hasta que "suene la flauta". 

Pero haciendo un ejercicio de autocrítica realista debemos reconocer que en última instancia los responsables del fraude científico somos nosotros, los científicos (¡y no solo los becarios!, todos y cada uno de los integrantes de un equipo de investigación que firman como autores un artículo). Debemos tratar de evitar todas y cada una de las variantes de la malpraxis científica: el autoplagio, el plagio, el uso fraudulento de la información de otros investigadores, el adorno de estudios para que parezcan más importantes, la "publicación salami", la ciencia patológica, la invención de los resultados... Está claro que no todas estas malas prácticas son equiparables, probablemente en el extraño inferior de la "escala de maldad" se encuentre el autoplagio o la "publicación salami", mientras que en el extremo superior esté el plagio y la invención de resultados.

En un punto intermedio de esta escala encontraríamos la ciencia patológica. El artículo de Nicholas J. Turro sobre esta práctica me ha parecido excelente y altamente informativo. La ciencia patológica está en un "nivel de maldad" de inferior que la invención de resultados, pero puede resultar incluso más peligrosa que el fraude, ya que, por ciencia patológica entendemos aquella actividad científica que da lugar a datos y teorías ilusorias, los resultados no son verdaderos pero el autor está plenamente convencido de que sí. Y aquí está el mayor de los peligros, el autoengaño. En palabras de Irving Langmuir: "These are cases where there is no dishonesty involved, but where people are tricked into false results and the lack of understanding about what human beings can do to themselves in the way of being led astray by subjective effects...". Entender la ciencias patológica es fundamental para ayudarnos a realizar investigaciones de mayor calidad y ciencia fiable. 

Como postula Kuhn, está claro que la ciencia ha ido evolucionando gracias a la refutación de paradigmas científicos, a través de una serie de grandes revoluciones que surgieron a partir de resultados que contradecían las idea pre-establecidas. Y fueron los científicos que llevaron a cabo esas grandes revoluciones los que se han forjado un nombre en el "paseo de la fama" de la ciencia. Es prácticamente inevitable que a lo largo de la realización de experimentos, los científicos se encuentren con resultados anómalos que contradicen los paradigmas establecidos, y ante estos resultados se pueden adoptar tres opciones: 1) Obviar por completo los resultados anómalos porque no se ajustan a los resultados esperados ("When a science is in a potentially revolutionary phase, a dominant paradigm can be a prison, preventing researchers from following promising new leads..."). 2) Investigar esas anomalías y ver si se repiten en las mismas condiciones y a partir de esos resultados abandonar esa línea de investigación o iniciar una nueva tras una profunda reflexión al respecto (no hace falta ser un genio para ver que esta es la opción buena). 3) Creer que hemos descubierto el nuevo paradigma científico, que nos van a dar el Premio Nobel, colocarnos una venda delante de los ojos, idear una nueva hipótesis que pueda explicar esos resultados y aferrarnos a ella con uñas y dientes por absurda que parezca. 

Únicamente cuando una idea ha pasado todos los procesos de prueba posibles y ha sobrevivido a los más rigurosos experimentos para desmentirla puede ser trasladada de la etiqueta de "posible" a la de "probada". La ciencia patológica ocurre cuando los investigadores cortan este proceso de verificación y falsación prematuramente. Esta práctica de la ciencia patológica, como ya hemos dicho, no necesariamente tiene que ver con una falta de ética, como explica perfectamente N.J. Turro: "a more favored hypothesis can develop its own momentum, especially when a researcher invests his prestige or professional self-identification in one idea to the exclusion of competing explanations for the results. Having a formed pet conclusion, the scientist often defends it using its own terms, models, and assumpltions." Consideraciones extra-científicas como el estatus profesional, conseguir financiación económica, la presión del centro investigador o de los organismos privados financiadores, pueden contribuir a potenciar la subjetividad a la hora de realizar un experimento y conducir al auto-engaño. 

En conclusión, el fraude científico ha existido desde que la ciencia es ciencia y probablemente será imposible de erradicar. Pero en la medida de lo posible, debemos hacer un esfuerzo por mejorar la formación ética de los investigadores y reducir la presión que existe sobre ellos, que a la larga pueden favorecer conductas fraudulentas en personas que en otras circunstancias profesionales ni se lo plantearían. Algunos buenos consejos que he reunido a lo largo del material del libro de texto para ayudar a disminuir estas prácticas sería:
-Permitir que los datos brutos de los experimentos estén disponibles para otros investigadores
-Introducir el concepto de publicación anónima para que lo que realmente cobre importancia sean los descubrimientos científicos y no los autores
-Ser conservadores y honestos con los conceptos estadísticos
-Ante la aparición de resultados inesperados, repetir, repetir y repetir el experimento antes de lanzarnos a la invención de "ruedas cuadradas"
-Discute tus resultados abiertamente con otros investigadores, especialmente los negativos y haz un buen uso de sus críticas constructivas
-Si tus resultados contradicen tu hipótesis, no te inventes una nueva que se ajuste a ellos, acéptalo con elegancia, aprende de la experiencia y "a otra cosa mariposa".
-El mismo experimento que contradice una teoría, verifica la teoría opuesta, un experimento nunca se ha realizado en vano. La ciencia funciona así, a través de la falsabilidad. 
-Intenta siempre dar el máximo de ti mismo y trabajar con la máxima honestidad posible, sé fiel a tu trabajo y a tus resultados aunque sean negativos... Puede que no ganes el nobel, pero serás un científico de calidad. 

Un saludo,

Sonia M.H.